En busca del bienestar psicoemocional en la toma de decisiones
El ritmo frenético del mundo en el que vivimos hoy en día ha provocado que los problemas psicológicos y emocionales hayan sufrido un notable incremento en los últimos años, llegando a condicionar la vida de las personas, las empresas y la sociedad.
El estrés es una sensación de amenaza que nace cuando las demandas del exterior (como el trabajo o las exigencias de la familia) son superiores a la capacidad que tenemos para afrontarlas. Esa respuesta de alerta, que debería por su naturaleza impulsarnos a superar esa adversidad, a menudo se apodera de nosotras mismas y nos bloquea.
Aprender a identificar y canalizar lo que sentimos o pensamos es básico para poder manejar el estrés y las situaciones que surgen a diario, evitando que nos afecten de forma negativa a nosotras mismas o a las personas de nuestro entorno. Como indican desde FREMAP en quienes basamos el texto de hoy:
“si te paras a pensar, al igual que es necesario estar en buena forma física, es fundamental estar en buena forma psicológica y, por tanto, resulta imprescindible aprender a encontrar pensamientos y actitudes adaptativos y saludables”.
Aclarando el pensamiento
Creemos que sabemos lo que pensamos, pero existen pensamientos distorsionados, no solo por nuestro criterio, sino por cómo nuestras emociones afectan al pensamiento y a nuestro estado emocional. Los pensamientos son diálogos internos que permiten interpretar y comprender el entorno, condicionando nuestro punto de vista; en ocasiones incluso pensamos sin saberlo como cuando conocemos a alguien que no nos da buena espina y no sabemos explicar los motivos.
Es importante mantener el pensamiento lo más alejado posible de las emociones porque afectará a cada decisión que tomemos y, por mucho que quieran decirnos lo contrario, existe una rígida relación entre los pensamientos y las emociones, de forma que nuestros pensamientos positivos se relacionan con emociones positivas, viceversa.
Así, si ante una situación adversa nos centramos en generar una emoción positiva, es mucho más probable resolver la situación de forma efectiva sin hacernos daño a nosotras mismas que si nos dedicamos a machacarnos por cada cosa que nos sucede.
Por ello, lo primero que debes hacer para tomar decisiones acertadas es intentar alejarte de la emoción todo lo posible, intentando aclarar el pensamiento en lugar de permitirle vagar a sus anchas por nuestro cerebro.
Existen algunas reflexiones interesantes a tener en cuenta en este sentido, vamos a resumir algunas de las formas que tienes para tomar conciencia en el caso de esos pensamientos distorsionados que mezclan pensamiento con emoción distorsionando la realidad.
Combatiendo los pensamientos distorsionados
En este sentido FREMAP nos ofrece algunas claves para diferenciar emoción, realidad y pensamiento distorsionado para conseguir un mayor grado de nivel psicoemocional en sus publicaciones especializadas realizadas por expertos en la materia:
Debería. Son autoexigencias basadas en creencias que están relacionadas con los valores y que se mantienen de forma rígida e inflexible acerca de cómo deberíamos ser nosotros, los demás o los acontecimientos (por ejemplo, “debería ser una buena madre”, “tendría que anteponer las necesidades de los demás a las mías”, etc.).
Catastrofismo. Es la tendencia que tenemos de percibir o anticipar situaciones críticas sin tener una base sólida, exagerando la posibilidad de que ocurra algo que tememos o sus consecuencias (por ejemplo, “y si esto sale mal”, “seguro que si lo hago, se enteran”, “ya verás cómo mi hija suspende”, etc.). La pregunta es clara: ¿es necesario preocuparse por algo que no es seguro que suceda? ¿Puedes hacer algo para solucionarlo o debes prepararte para las consecuencias?
Efecto blanco/negro (“los todo o nada”). Son pensamientos catastróficos con los que interpretamos la realidad en términos absolutos, sin valorar la existencia de posibles matices o términos intermedios (todo/nada, siempre/nunca, etc.). De este modo, polarizamos los pensamientos en forma de éxito/fracaso, todo/nada (por ejemplo, “siempre me pasa a mí”, “nunca me reconocen nada”, “o lo hago bien o no lo hago”, “si lo hago bien seré un genio y si lo hago mal seré un desastre…). Hay algunas preguntas clave que podemos plantearnos en estas situaciones como: ¿en qué me baso para pensar que al final todo saldrá mal? ¿Puedo hacer algo para solucionarlo? ¿Es necesario preocuparme por algo que no es seguro que suceda? ¿Qué es lo peor que podría pasar si termino más tarde?
Efecto tinta china. Se caracteriza por producir una especie de “visión de túnel”, en la que resaltamos una característica de la situación, obviando el resto. De esta forma tendemos a magnificar los aspectos negativos minimizando aquéllos positivos. Su nombre se debe a su similitud con el efecto que genera una gota de tinta china en un vaso de agua, oscureciendo todo su contenido (por ejemplo, “ha sido un día nefasto”, “soy un desastre”, etc.).
Culpabilitis. Es la asignación extrema de responsabilidad a nosotros mismos o a los demás, sobre acontecimientos que en realidad no se pueden modificar, sin contemplar otras posibles causas (por ejemplo, “mi hijo no aprueba por mi culpa”, “la culpa la tiene mi jefe porque no me deja avanzar”, etc.). Algunas preguntas clave en este caso son: ¿Por qué es mi culpa? ¿Puede haber alguna otra causa? ¿En qué me baso para pensar eso? ¿Hay algo que pueda hacer para solucionarlo?.
La próxima vez que vayas a dejar que tus sentimientos se apoderen de ti, piensa que es el momento de no colapsar, sino de cambiar el chip para volver a enfrentarte luego a la situación con otra actitud o, al menos, habiendo tenido tiempo para meditar y recargar pilas.