CAPÍTULO SÉPTIMO: EL EXTRANJERO
TEXTO. MARÍA EN LA LUNA. El Extranjero de Albert Camus es otro de esos manuscriticos que genios de las letras convierten en momentos de cristal. De esos que nunca se rompen, como veíamos en el anuncio del elefante que no podía con una vajilla, a pesar de pasar por encima de ella. Por mucho que yo tratara de dejar las puertas abiertas al amor y creer en él, por mucha pasión que me regalara, el Extranjero era mi último pensamiento.
Pasó el verano, lo disfruté más de lo que hubiera pensado jamás, y con la vuelta a la vida laboral apareció de nuevo el gusano de seda que en mi cabeza se había convertido en mariposa. Si hubiera sido algo más rencorosa algunos capítulos de mi libro estarían en blanco.
Un año más que pasaría viviendo sin complicaciones. Sólo sentía un malestar y poco a poco conseguimos, uno por otro y otro por uno, dejar de escenificar dramas absurdos con finales más absurdos todavía.
El siguiente junio me di cuenta de que estaba aburrida de mi vida y que había abandonado los sueños que me hicieron crecer por un par de años que me impidieron madurar. Así que salí en busca de mis fantasmas.
Me fui a Cuba a pintar hospitales y a buscar respuestas que sólo, hoy lo sé, necesitaban silencios. Escribía sobre cualquier detalle que me alejara de él. Lloré, reí, viví y me enamoré de la magia de una Habana de música y calor.
Este viaje fue más allá de una simple huida, pero prefiero reservarlo para cuando me adentre en mi crecimiento personal.
Después me fui a Ibiza tres meses y, a continuación, dos a Madrid. Esas vivencias no me enseñaron lo suficiente como para prepararme a seguir sufriendo por el corazón. Pero, hoy, sé que fue la inmadurez la que se interpuso en mi camino y he logrado recuperarlas todas esas experiencias y volverlas a vivir en mis sueños.
La banalidad de esos dos inviernos, primaveras, veranos y otoños me ayudaron a esforzarme por ver algo de poesía en mi vida, sin embargo él nunca abandonó mi cabeza, mis latidos e incluso mi almohada. Se fue a vivir al extranjero y nos seguíamos enviando emails de amor, de desamor, de amistad, hasta recibí un billete un año más tarde para que fuera a Monterrey, Mexico, dónde vivía en ese momento…
«Quiero volver a empezar después de dos años sin ti», me dijo por teléfono en respuesta a una carta mía.
Segundo viaje por amor, y descuido de la realidad. Fue curioso que mi amigo de aquella aventura fue un bombero de San Sebastián, ciudad que compartía con el que me esperaba a la otra parte del charco, y que viajaba por placer, por vivir, por experimentar.
Aterricé y parecía que había viajado al principio de nuestra historia. Unos días después ni siquiera éramos capaces de estar en la misma habitación.
Todo empezaba y acababa igual, no conseguíamos despegarnos pero tampoco encontrarnos. La fórmula para darnos tranquilidad se resistía.
Un día de mayo, cuando más feliz estaba con mi soltería, ya iban cinco años, el éxtasis de las redes sociales también me capturó a mí.
Un gallego que me mantenía despierta hasta las mil de la madrugada captó mi atención y me devolvió la ilusión de creer, de nuevo, que el amor sí existe y no tiene que nacer de la pasión, puede presentarse vestido de calidez.
El Extranjero de Albert Camus es el libro que un desconocido me recomendó para poder entender mejor a estos hombres que se esforzaban por enamorarme para luego derramar las lágrimas de su frialdad y ausencia.
¿Dónde estaba el error? en pensar por ellos, para ellos y olvidarme de mí…no eran siempre ellos los que cambiaban. Yo, sin ser consciente, empezaba a sentir distinto, podía hacerles vivir un infierno invisible para mí pero que rompía las cuerdas del amor. No me conocía, no sabía lo que quería y les culpaba por ello…pero no les dejaba marchar.
Hoy, como os contaba al principio de mis relatos, sigo en el nido buscando la dirección más beneficiosa para lograr lo único que importa y debe importarnos, mi felicidad. Y te aseguro que pensando sólo en el de enfrente o mirando sólo vuestro ombligo sentimental no la encontrarás jamás.
Mensaje
Equilibrios de madera que os tintáis de azul flotando desde la tierra para luchar por la línea ascendente al mar. La fragilidad de una nube define vuestros límites que suponen el renacer del fuego. Equiparas el sarro de tu tiempo al adiós que penetrará tu nuevo destino. Señal de todas las señales no infrinjas la ley del sol anteponiendo las medusas de sus recuerdos al aire que sopló en mis sueños.
Tan sólo desde ayer. Volé tus letras y atravesé sinfín de océanos para mediar entre el tiempo y sus respuestas y desde allí te escribo para decirte que el equilibrio no está en tus manos, sino en mis dedos. Que tan sólo ellos, con la ayuda del viento, terminarán el poema que envuelve mis esferas del tiempo.
Tú, destino, no te escondas bajo un libro sin renglones, atraviesa las leyes del silencio sin negar a la luz de cada día el bisturí de mi alma. Pero ándate con cuidado de no romper las ínfimas líneas que te distraen del resto, que peinan tus honduras hasta dejarlas sin raya.
El equilibrio sin nombre mantiene la cordura de mis sensaciones. Y es aquí dónde encuentro el nombre a la vida y el color al viento. (Luluneando)
María en la Luna