Intolerancia a la lactosa, ¿qué debes saber?
La intolerancia a la lactosa afecta cada día a un mayor número de personas. Hoy analizamos en profundidad las causas y consecuencias de esta intolerancia alimenticia que requiere adaptar la dieta, ya que la mayor parte de los alimentos que contienen lactosa también son fuente de nutrientes fundamentales como el calcio o la Vitamina D.
¿Qué es la intolerancia a la lactosa?
Habitualmente, el cuerpo es capaz de digerir la lactosa (un azúcar complejo), presente en la leche de los mamíferos y gran fuente de energía, debido a una enzima intestinal llamada lactasa. Cuando esta enzima es insuficiente el cuerpo no es capaz de digerir la lactosa de forma correcta, de modo que se produce un desajuste cuyos síntomas son los que se conocen como intolerancia a la lactosa.
En la actualidad, no existe ningún tratamiento capaz de estimular la enzima lactasa por lo que la restricción alimenticia es la mejor prevención a los síntomas de la intolerancia a la lactosa. Por ejemplo, muchos alimentos procesados o fármacos incluyen lactosa por lo que debes evitar productos que incluyan derivados de leche, leche en polvo (incluso descremada), hidrolizado de caseína u otros ingredientes como margarina o mantequilla.
En este punto, cabe mencionar que no es lo mismo la intolerancia a la lactosa que la alergia a la proteína de la leche. Mientras la primera genera dificultad a la hora de digerir lácteos, la segunda muestra síntomas más allá de los estomacales como picores o erupciones cutáneas.
Cómo funciona un organismo con insuficiencia de la lactasa
La Lactasa divide la lactosa en glucosa y galactosa de modo que si es insuficiente el organismo no puede ni procesarla ni absorberla, de modo que cuando es digerida llega al colon con todos sus componentes y son las bacterias del intestino quienes se encargan de descomponer la lactosa.
Un proceso que genera fluidos y gases que acaban siendo molestos para la persona y que en grandes cantidades generan esa intolerancia. Según el grado de la intolerancia se reconocen tres niveles de intolerancia, a saber:
- Básica. El intestino delgado produce menos lactasa tras la infancia y disminuye con la edad (no en vano, somos de los pocos animales que consumimos lácteos tras el periodo lactante). En estos casos, el cuerpo suele admitir una cantidad de lactosa en el organismo.
- Pasajera. Se da en casos de intolerancia pasajera, esa que va y viene y que puede estar asociada a situaciones concretas como enfermedades o medicamentos, por ejemplo, la radioterapia reduce los niveles de lactasa.
- Congénita. La genética genera ese déficit congénito de lactasa, produciendo que la tolerancia a la lactosa sea prácticamente nula.
En el caso de bebés que nacen de forma prematura, es posible que el intestino delgado no produzca suficiente lactasa y, aunque debe controlarse, suele mejorar a medida que se desarrolla el niño.
Síntomas de la intolerancia a la lactosa
En general, la cantidad e incidencia de los síntomas dependen de la cantidad de lactosa ingerida y de la insuficiencia de lactasa, pero se dan unos síntomas generales que se deben controlar:
- Hinchazón o distensión abdominal
- Diarreas, naúseas y vómitos
- Gases y dolor de abdomen
- Ruidos o calambres estomacales
En casos extremos la intolerancia a la lactosa también puede provocar alteraciones en las mucosas intestinales que se verán reflejadas con síntomas externos como cansancio, dolor en extremidades, nerviosismo o trastornos del sueño.
Es importante que esta intolerancia sea diagnosticada por un médico, ya que hay algunas enfermedades que pueden presentar síntomas similares como el síndrome de intestino irritable o la intolerancia de los celiacos.