#coladordores CAPÍTULO 13: Son las pequeñas cosas
TEXTO MARíA EN LA LUNA. Los años pasaban rápido, pero como para todo adolescente no lo suficiente como para no tener la sensación de estar atrapado en un cuerpo de niño sintiéndose adulto, la libertad se hacía demasiado de rogar. Qué equivocados estamos cuando esperamos ansiosos tomar nuestras propias decisiones para sentirnos autónomos, en realidad estamos dejando escapar la verdadera y única libertad de la que sólo apreciamos su bienestar cuando la dejamos atrás y cualquier responsabilidad nos hace presos de nuestras propias decisiones.
La familia iba ampliándose y mis iaios haciéndose mayores. Fue a partir de la pubertad cuando la última prima/hermana, hasta aquel momento, fue adquiriendo protagonismo en mi vida. La pequeña de ‘los isleños’ llegó cinco años después de su hermana y de mí. La diferencia de años no permitió que nos conociéramos antes de poder hablar el mismo idioma. Ella tampoco ha tenido una vida fácil, aunque ha sido mucho más inteligente emocionalmente que yo y ha logrado resolver sus carencias con un juicio más sano que el mío. A los pocos años de volverse de la Isla, mis dos primas perdieron a su padre y quedaron al cuidado de una madre, débil a priori, pero que hasta que ellas pudieron tomar las riendas de su vida resolvió todas las incógnitas de su crecimiento, haciéndolas más fuertes, aunque más mimadas, con el paso del tiempo.
Es necesario que te cuente algo más de mis iaios para que entiendas todo mi recorrido y poder compartir contigo mis inquietudes. De pequeña tuve dos padres y dos madres, ya que mis iaios nos cuidaban mientras nuestros jóvenes padres tenían que trabajar de sol a sol para lograrnos un porvenir. Crecer junto a mis abuelos, muchos de vosotros me entenderéis perfectamente, otorga un añadido a tus valores. Son una generación anterior, han vivido otra realidad, en este caso la Guerra Civil Española, la pobreza de la postguerra y la marea de la transición. Ellos se sentían identificados con la corriente franquista, sin embargo eso no fue un inconveniente para que crecieran socialmente con el mundo que les tocó vivir.
Mi iaia aprendió a leer cogiendo periódicos que traía mi iaio a casa, a su ritmo y a su modo. Era muy gracioso ver cómo para leer un titular movía los labios intentando coordinar las sílabas para dar sentido a una palabra y las palabras para dar sentido a una frase. Susurraba, y a mí me transmitía admiración y conciencia de que nunca se debe dejar de aprender, la información es nuestra mayor arma. Una anciana, franquista, ama de casa, obesa por su sedentarismo y amor por el dulce, demostró a dos generaciones que se puede crecer siempre y luchar por lo que uno quiere a pesar de las circunstancias. Recuerdo cuando mi hermana entró en Proyecto Hombre: al principio se le ocultó por no darle un disgusto, pero finalmente mi hermana decidió contárselo. Mi iaia, intolerante hacia la nueva sociedad en principio, se vistió y dijo: «Llévame a ese sitio en el que te están ayudando, cuanto más entienda por lo que estás pasando más podré ayudarte». Posiblemente haría más de un mes o dos o tres o quién sabe que no salía de casa, pero en este caso no cabía duda. A partir de ahí, comenzó a buscar en la tele y radio todos los programas que tuvieran que tener con las drogas, hasta el punto que cuando fue necesario tranquilizó a mi hermana al comunicarle sus ansias por drogarse. Mi iaia fue un ejemplo a seguir y nos daba lecciones de vida que hoy forman parte de lo que soy.
Por su lado, mi iaio era un corazón con piernas. Tenía menor capacidad de aprendizaje que su mujer durante más de 50 años, sin embargo su bondad compensaba cualquier defecto o carencia. Además era un hombre, que a pesar de haber sido educado bajo los valores de la familia tradicional, con sus hijas mostró que las normas que parecen inamovibles sólo son meros prejuicios que sirven para abrir camino al nuevo mundo. Para conocer un poquito más de él, os contaré una anécdota que se repetía día tras día en casa de mis iaios. Mi abuela le mandaba a hacer la compra, desde que se jubiló sus funciones eran quitar el polvo y hacer las compras. Había dos ultramarinos en el barrio, uno muy cerca del otro, pero a mi iaia le gustaba más el género de uno de ellos. Pues cuando había tachado de la lista todas las demandas, la ampliaba con cosas que no eran necesarias. Cuándo mi iaia se ponía como una energúmena por derrochar sin necesidad, él respondía…»Nena, paso por la tienda de los dos, me saludan al verme, ¿cómo no voy a comprar algo?».
Ambos nos regalaron durante toda nuestra vida conceptos bajo los que vivimos actualmente y de los que destacaría la unión familiar, nuestra gran riqueza. Ellos nos abandonaron con ocho años de diferencia, aunque podría decir que lo hicieron a la vez, porque esa casi década significó la decadencia de mi iaia. Sin su Nene estaba coja, sorda y ciega.
Haciéndonos eco de esa gran lección sobre la familia, hubo un momento en nuestras vidas que las cuatro nietas de la familia se convirtieron en la prolongación de la otra….aportamos cada una lo que teníamos a mano para ayudar a la que lo necesitaba. Durante unos años, nos turnamos para pasar por días, temporadas, incluso meses duros. Cada una de ellas me regalaba algo que me hiciera más fuerte para superarme, aunque nunca era suficiente, otro de los defectos de mi personalidad. Tan fuerte fue la unión que instauramos en nuestra madura adolescencia que en la edad adulta seguimos siendo cuatro partes que conforman un Todo. Hoy se han unido las dos pequeñas, con las que la relación es más protectora pero que si no estuvieran dejarían coja la figura que mis iaios nos dejaron como herencia, la mejor que podía haber soñado cuando mientras crecía me regañaban o me sermoneaban sobre aburridos conceptos de la unión para una niña.
Aunque la pena muchos días me persigue, porque hay parte del embrión sembrado por las dos mejores personas que he conocido se descolgó de la cuerda por el camino, el mayor orgullo del que puedo presumir es del insuperable empuje, cuidado y alegría que nos enseñaron a compartir y a darle prioridad ante todo. Lo mejor que he tenido, tengo y sé que tendré es mi familia…
Sólo me quedan dos figuras por añadir a este árbol genealógico, y hoy las dos más importantes de mi vida, ¿por qué? porque son ellas dos las que han cargado una importante parte de la gasolina de mi motor. Mis sobrinas son básicas en mi proceso de recuperación. La mayor fue mi sorpresa este último año…a pesar de su corta edad, y estando rodeada de adultos, se convirtió en uno de los mayores pilares y apoyos para mí. Mirarla, que me cuente sus cosas, que debatamos sobre otras, que se ría conmigo, que le guste hablarles de mí a sus amigas, que me llame Tita, que compartamos placeres como el de la escritura, que haga un buen mate en los partidos de voley… cualquiera de estas pequeñas cosas suponen un chute de energía para mejorar el mecanismo de mi sistema emocional.
¿La pequeña? no sabe hablar, ni escribir, poco andar así que imaginad jugar….pero una sonrisa, una carcajada, un intento de decir Tita, una lágrima derramada por seguir en mis brazos, que me vea y su rostro se invada de felicidad…todas esas pequeñas cosas suponen un chute de energía para mejorar el mecanismo de mi sistema emocional.
Son dos seres especiales, incluso objetivamente, y he tenido la suerte de ser parte importante de sus vidas.
Durante meses han sido mi razón de vivir. Afortunadamente, apoyándome en el amor que siento por ellas he encontrado otros motivos por los que no decir adiós.
Es increíble como en momentos desconsolados, son las pequeñas cosas, y las pequeñas personas, las que te echan un cable para dar sentido a lo grande, a lo efímero o, simplemente, a ti misma.
Para completar el puzzle de mi Todo, sólo me faltará hablaros de la otra parte de mi mundo imprescindible y que se han convertido, durante experiencias, desencuentros, lágrimas y diversión en mi otra familia, la que yo he elegido, con la que no fue la suerte la que decidió nuestro encuentro sino la incondicionalidad: mis amigos.
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Oscuras golondrinas
El día cambió de color, al fin cambió de calor. Incitas al sol a que te haga suyo y le susurras que adoras su luz. Pasan los días adornados de rayos oxigenando la ansiedad de tu mañana y sin advertir de que será el día el que cambie tu color. Vivir del mañana haciendo tuyo el presente es el estado ideal del hoy, ya que si tus huellas pierden el contacto con el sol no serán tus dedos los que marquen la diferencia. La claridad que embarga las horas de sol, y que te dan la libertad de sonreír al mañana, te salvan del ‘the end‘ inevitable de un futuro resuelto, de mármol o de acero, pero resuelto.
Y hay más. El mismo esfuerzo hace el cielo en dibujarse de amarillo o de niebla, pero no son las mismas noches las que acompañan a uno y otro color.
Después llegan las nubes y te encargas de vestirlas, de lágrimas, te empeñas, te ofuscas. Pero no te cierras. Y así ellas se desnudan, cuando tú no lo esperabas, y se enamoran del sol que asoma cabizbajo, pero asoma. Y le miras, le sonríes, y empiezas a entender la belleza de una niebla que envolvió tus manos enseñándote que no siempre son los rayos los que afloran en tu rostro, que sí son las comisuras de tus canas las que abren el día y oxigenan el presente.
Porque cuando se cierra una puerta tú abres las ventanas de tu alma y desnudas, como si fueran nieblas, las oscuras golondrinas que volaron tu
Junio de 2016
María en la Luna